lunes, 25 de enero de 2010

Viejas damas indignas

Hablamos J. y yo como las dos grandes damas de la cultura en las que nos hemos convertido (él como prestigioso productor teatral, servidora como impostora aún no descubierta) y comentamos las últimas actividades culturales a las que hemos asistido para dar brillo y lustre con nuestra presencia. Después de repasar instalaciones y exposiciones varias (muy, muy chulo el taller de cine en 16 mm. con el que han comenzado las actividades del Imagina de este año) convenimos que nuestra próxima performance consistirá en grabar la cara que pone la gente que asiste a estas cosas cuando, en medio de una sesuda conversación sobre el land art, yo me desmarco con un: "¿Habéis votado a Karmele en Eurovisión?". Eso sí que es provocador. Y punki.

Por edad y por actitud Karmele es una suerte de Vivienne Westwood (aunque a mí me gustan más los modelazos de Karmele que los de la inglesa). Karmele revive el punk más salvaje, que reivindicaba que cualquiera podía subirse a un escenario sin que le hiciera falta saber cantar ni tocar instrumento alguno. "Yo tengo mucho arte", dice Karmelita en su defensa, apoyada en aquella vieja frase promocional de Lola Flores: "Ni canta, ni baila, ni falta que le hace". Pero a Karmele sí que le hace falta. Y si al final sale en Interviú (eso sí que es una amenaza que tendría que ponernos los pelos de punta), le va a dar a la revista un aire de fanzine alternativo que pa qué.

Porque ¿hay algo más rompedor que el programa que le dedicaron a Pop Star Queen tras ser rechazada su candidatura por Televisión Española? Una luz blanca alumbrando su silla vacía, música de réquiem de fondo, imágenes de la ¿finada? llorando, sobreimpresionados del tipo "el doctor ha recomendado a Karmele que haga reposo". "¡Si me creía que se había muerto Madonna!", dice Toñi Salazar mientras reivindica que sólo los artistas "de verdad" pueden ir a Eurovisión (hombre, si La caña de España es una canción de verdad que venga Dios y lo vea). Hasta Jorge Javier Vázquez tuvo que salir un momento del plató porque le estaba entrando la risa; aguantándosela (la risa) pronuncia la frase de la temporada: "Ha muerto Karmele. Nace el mito". Y, por la noche (pasándose por la peineta las recomendaciones del médico y poniendo en juego su salud) Karmele, con la voz rota por el dolor, empezó su manifiesto con un "Yo acuso". Ni Animalario, ni Calixto Bieito ni ná de ná. Auténtico teatro alternativo a la hora de la siesta.

Pero no hace falta que haya una buena excusa para que "Sálvame" sea cualquier día de la semana mucho más trasgresor que una actividad del PAC (el Proyecto de arte Contemporáneo de Murcia). "Sálvame" sí es un "Dominó caníbal" real por motivos obvios. Y el día que aparece Marujita con sus coca-colas aliñadas y su nariz de payaso ya es el colmo del moderneo. Por ello no sólo apoyo la candidatura de Karmele a Eurovisión, sino que propongo a Belén Esteban como comisaria del PAC del año que viene. No me digan que no habría:
-a) lleno absoluto
-b) provocación sin límites cuando dijera "Pues esta mierda la hace mejor mi Andreíta, asín de claro. ¿Vale o no vale?". Y si trae como ponente a Kiko Hernández contando su visita al Louvre ("he visto la Venus de NILO" comenta), a Cuauhtémoc Medina le da un parraque.

Como siempre, todo lo que a mí me gustaría escribir sobre Karmele y Eurovisión lo ha hecho antes y mejor Rosa Belmonte, así que léanlo. No sé si Rosa aspirará con los años a convertirse en una vieja dama indigna, como titula Esther Tusquets la segunda parte de su biografía (las viejas damas indignas son aquellas que hacen lo que quieren y dicen lo que piensan, según Tusquets), pero yo sí. Karmele es una vieja dama pero, aunque parezca lo contrario, no es indigna, ya con todo este mogollón que ha montado tras su descalificación demuestra que se toma demasiado en serio. Y las maduras damas que aspiramos a ser viejas indignas tenemos que reírnos mucho de nosotras mismas. En eso estoy yo. A ver si lo consigo.

martes, 5 de enero de 2010

Sobreviviendo a los ricos

¡Qué buenos son los de Cuatro! Para empezar el año con buen pie van y nos cascan 3 reportajes seguidicos de ricos, riquísimos, a saber: primero, La Moraleja, después Samantha Villar viviendo 21 días como una millonaria y, para terminar, más lujo. Decididamente es mejor comenzar el 2010 viendo mansiones que con un reportaje sobre los protagonistas habituales de "Callejeros": indigentes celebrando la Nochevieja con Don Simón en tetra brik y chabolos donde las luces de Navidad las encienden robando la luz de los postes de electricidad sólo conducen a pensar que este año va a ser tan cutre como el anterior. Y hay que animarse. 

Pero por primera vez en mi vida no he sentido envidia de los ricos, porque gracias a "Callejeros" hemos descubierto que los de La Moraleja (¿cuál será el gentilicio de los habitantes de La Moraleja? ¿moralejeros? ¿pijolienses?) también se aburren -tan ricamente, claro-. Sus días son una vorágine de desayunos, gimnasio, compras, aperitivos y más compras. Lo que se llama una vida al límite, vamos, repleta de actividades tan electrizantes como preparar El Rastrillo. 

La que sí se lo pasó bomba fue Samantha Villar. Lo único que le sobra a los reportajes de Samantha son sus reflexiones ante la cámara comentando obviedades del tipo que lo más alucinante de ser rico es que pueden tener lo que quieran y en el momento que quieran (eso ya lo sabíamos, chata), pero al colocarse encima 2.000.000 de euros en joyas le brillaron más los ojos que cuando se pasó 21 días fumando canutos. O cuando se puso el Dior para ir al desfile de John Galliano ("¡Voy a conocer a Galliano! ¡Voy a conocer a Galliano!", repetía como un mantra). Estoy segura de que no se enganchó a los porros pero sí a la buena vida: el dinero es la más rápida de las drogas. Aunque ya puestos, y para ver hasta qué punto el brillo de los diamantes puede doblegar el alma humana, el reportaje tendrían que habérselo encargado a Cristina Almeida: imagínensela vestida de Versace recitándole pasajes de El capital a la Lomana mientras pasean por la Rue Royale. Eso sí sería una nueva forma de reporterismo: María Antonia Iglesias cubriendo los viajes del Papa o Federico Jiménez Losantos retransmitiendo los Goya. Lo petan en Cuatro. 

Preparan a Samantha antes de iniciar su aventura millonaria eligiendo vestuario ad hoc para la ocasión, y el estilista le comenta que lo primero que harán los ricos es mirarla de arriba abajo, buscando algo que les indique que pertenece a su tribu (un relojín de Chopard, un bolsito de Gucci, unos Manolos, nada, tonterías). Cierto: recuerdo que hace muchos años fui a casa de un compañero de facultad perteneciente a una de esas familias murcianas que Rosa Belmonte retrataba tan bien en sus crónicas de la Feria de Murcia (con Ilu Vera Meseguer y Paqui Chelo Cano a la cabeza, representantas del glamour huertano). Me abrió la puerta la madre del susodicho y me hizo un escáner que ríanse ustedes del que quieren implantar en los aeropuertos. Tras asegurarse de que a pesar de mi aspecto no llevaba una bomba bajo la suela de mis Kickers y que lo único que quería eran unos apuntes de Derecho Civil, llamó a su primogénito y heredero para que me atendiera pero, excuso decirlo, no me dejó pasar de la puerta. Es lo que tienen los moralejienses (para ser moralejiense no hace falta vivir en Madrid, es una cuestión de pasta y de carácter), que protegen su territorio de cualquier intruso.

Moraleja de La Moraleja: si les toca la lotería del Niño, no se vayan a vivir allí. Salgan, entren, viajen, disfruten, vivan. No se entierren en vida con sus riquezas en ese nuevo Valle de los Reyes y se convierten en momias. Y si no saben qué hacer con su pasta, llámenme, que aunque servidora no pueda irse con ustedes a Formentera por motivos que ya conocen, tengo algunas ideas en la recámara. 

P.D. 1: ¿Saben quién hace que se caguen por la pata abajo todos los diseñadores que hacen que se cague por la pata abajo Samantha Villar? Anna Wintour. No tiene desperdicio el documental VOGUE: el número de septiembre, donde la Wintour real, sin tantos aspavientos como Meryl Streep en El diablo viste de Prada, da mucho, pero que mucho más miedo. "¿Aún no está todo preparado?", y Gaultier se convierte en un niño tartamudeante pillado en falta. "¿Estas son todas las fotos que hay?", dice, y Mario Testino se queda blanco. A la Wintour no le hace falta gritar, sólo con mirar de reojo por debajo de su flequillo hace que tiemblen los cimientos del imperio de la moda. Parece que haga un esfuerzo inconmensurable para no sacar una sierra mecánica y decapitar a asistentes, fotógrafos y diseñadores. Es esa calma monosilábica y gutural ("no", "no", "no", "hum") con la que manda a hacer puñetas el 90% de los trabajos que le presentan la que hace que Hannibal Lecter a su lado parezca un boy scout. 

P.D. 2: Sí, vi las campanadas con Belén Esteban. La duda ofende.