miércoles, 31 de agosto de 2011

Yateando

Publicado el 21 de agosto en LA VERDAD


Entre usted y yo: lo mejor es no leer revistas en verano. Está uno con el tupper en la playa, atiborrándose de magra con tomate, cuando al abrir las revistas le saltan a los ojos una profusión de fotos de cuerpazos al sol en chiringuitos en los que no nos dejarían entrar ni con una orden judicial, o una profusión de fotos de cuerpazos al sol en yates a los que tampoco nos dejarían subir. No, no digo un barquico para ir a la Perdiguera a comer sardinas (cuando comer sardinas no era delito ecológico), sino uno de verdad, con fornida tripulación uniformada y un coste de mantenimiento cercano a nuestra deuda externa. Si debajo de las uñas de los pies de Marujita Díaz pueden vivir David el Gnomo y toda su familia, en un yate de los buenos cabe un polígono industrial.

Como el tamaño sí que importa, cuando uno tiene un barco de más de 40 metros de eslora puede ponerle el nombre que le salga del palo mayor. Si le apetece un rollo camionero colóquele Mi Pepi y mis tres soles y, si no, siga con esa moda ochentera de combinaciones de nombres, como el Núfer, de Fernando Fernández Tapias, mezcla entre Nuria y Fernando, o el Pachá, formado por las iniciales de Pierre, Andrea y Carlota, los pequeños Carolinos. Veo que el mayor, Andrea, se ha rapado al cero este verano; los Carolinos siempre han tenido esa tendencia al rapado, la matriarca se afeitó la cabeza hace 15 años en unas vacaciones y el tito Alberto lo lleva de serie. Aunque no creo que veamos este año a Alberto a bordo de ningún yate, porque con lo buena nadadora que es Charlene y las ganas que tiene de largarse, al menor descuido se tira por la borda y llega nadando a Sudáfrica. No, si ahora que lo pienso viendo la cara de tristeza de Charlene ¿será posible que los yates no den la felicidad? Ay, qué tonterías se me ocurren. Debe ser la magra, que me ha sentado mal.

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