PUBLICADO EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2012 EN LA VERDAD
Estoy mayor. Mona, pero mayor. Tan mayor que he empezado a tomar Activia, y tengo ya una flora intestinal que ni el Amazonas. Tan mayor que cuando leo el cartel de un festival popero, de cada cinco grupos no conozco a seis. Tan mayor que he dejado de ser la más joven en las reuniones de trabajo. Tan mayor que los nombres de mi adolescencia han empezado a desaparecer; los últimos, Bernardo Bonezzi y el Maestro Reverendo. Si el fin del verano siempre es triste, éste lo está siendo un poco más.
Estoy mayor. Mona, pero mayor. Tan mayor que he empezado a tomar Activia, y tengo ya una flora intestinal que ni el Amazonas. Tan mayor que cuando leo el cartel de un festival popero, de cada cinco grupos no conozco a seis. Tan mayor que he dejado de ser la más joven en las reuniones de trabajo. Tan mayor que los nombres de mi adolescencia han empezado a desaparecer; los últimos, Bernardo Bonezzi y el Maestro Reverendo. Si el fin del verano siempre es triste, éste lo está siendo un poco más.
Durante estos días, al leer en las crónicas
las palabras mágicas (movida, Madrid, años 80) he vuelto a una época en la que
tomaba yogures sólo porque me gustaban, en la que era una cría de provincias
que miraba con ojos envidiosos todo lo que ocurría en la capital mientras grababa
casettes de Radio 3; una época en la que encontrar un ejemplar de “La Luna de
Madrid” en Cartagena era un milagro y en la que mi hija se iba a llamar Ouka
Lele (afortunadamente tuve un niño). Desde la distancia veía y escuchaba todo
lo que se podía ver y escuchar en aquel mundo preYouTube, porque nunca fui a
Madrid en aquellos años ni pisé el Rock-Ola. Ni siquiera fui parte de la movida
cartagenera: la cría de colegio de monjas tenía que estar en casa a las diez. Pero
es curioso: las palabras mágicas me han hecho sentir un pinchazo de nostalgia
por algo que no viví en primera persona.
En cambio ahora, que soy tan poco moderna que
Rosa Benito a mi lado es la nueva Paloma Chamorro y que me quedan dos
Telediarios para ampliar mi proceso de yogurización con los Densia y los Savia,
soy parte (y sin querer) de otra movida más fea, más triste, más grande, que
nos está aniquilado los ánimos, las ganas y la ilusión. En esta movida no hay
música, sólo hay un ruido de fondo que no nos deja oír ni nuestros propios
pensamientos. Y es tal el movidón que no sé si irme a Groenlandia
o sacar el güisqui, cheli, y beberme la botella de un trago. Pero como son los
tiempos modernos que nos toca vivir, resistiré erguida frente a
todo, y me volveré de hierro para endurecer la piel. ¡Ay!, ¿ven como estoy
mayor? ¡Si acabo la columna con el Dúo Dinámico!
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