PUBLICADO EL 13 DE NOVIEMBRE DE 2012 EN LA VERDAD
El fin del mundo va a llegar. El 21 de
diciembre, para ser exactos, que también es mala leche. Ya podía ser a
principios de año, que con el resacón de Nochevieja ni nos íbamos a enterar, y
encima nos ahorrábamos la cuesta de enero, la dieta postnavideña y la vuelta al
gimnasio: iban a ser las primeras Navidades de mi vida que me hinchara a
cordiales sin remordimiento de conciencia. En fin, lo único bueno es que me
quito de encima el regalo del amigo invisible. Y no, no me miren con esa cara
de escépticos, que es verdad, que las señales del Apocalipsis están ahí, que yo
he visto una: ayer, un conductor de autobús me dijo “Que tenga usted un buen
día”. Y me echó una sonrisa. ¡Una sonrisa! ¿Cómo no interpretar como un aviso
ese gesto extraordinario en un gremio donde la mayoría parecen los Hermanos
Malasombra? Eso, más que una señal, es un hito.
Pero no sólo he visto esta semana señales que
dejan margen a la interpretación; también he visto otras auténticas,
verdaderas, incontestables. Y esas sí que asustan, más que las profecías de
Paco Rabanne, que temía que la estación MIR cayera sobre París y se fundieran
todos sus vestidos de metal; más que los gritos milenaristas de Fernando
Arrabal en el programa de Sánchez Dragó, que si Vasile se hubiera dado cuenta
en su momento del potencial televisivo de los escritores macerados en
gin-tonic, hoy Rosa Benito trabajaría como peluquera en Chipiona y Arrabal
presentaría el “Sálvame De Luxe”; más que las predicciones de los mayas, de
Nostradamus y de Pitita Ridruejo juntos. Porque el fin del mundo no va a ser
una catástrofe natural ni una guerra nuclear, el fin del mundo ya ha llegado, y
es pequeño y cotidiano, y tan pobre que ni siquiera da para una superproducción
de Hollywood: nuestro fin del mundo se presenta a través de cartas de despido o
notificaciones de desahucio.
Por eso, si mañana el conductor del autobús
vuelve a sonreírme, me voy directa al búnker con mis latas de fabada y mis
números atrasados del ¡HOLA! Aunque, a lo mejor, lo estoy interpretando mal. A
lo mejor el hecho de que alguien te sonría cuando nadie lo hace es señal de
todo lo contrario. A lo mejor es señal de que podemos sobrevivir al fin de
mundo.
Mañana le sonreiré yo. Por si acaso.
2 comentarios:
El día que usted no nos saque una sonrisa sí que será el fin del mundo.
El Fin del Mundo se Acerca.
Pero como dice mi abuelo: "yo no le temo a la muerte, sino a la vida".
Y lo dice por aquello de lo mal que está todo.
Guárdeme alguna lata de fabada, que igual compartimos bunker. Pero eso sí, con un poco de ventilación -ya sabe, las alubias...-.
Mi más sincera sonrisa para usted :-)
Publicar un comentario