jueves, 26 de diciembre de 2013

Nochebuena


PUBLICADO EL MARTES 24 DE DICIEMBRE DE 2013 EN LA VERDAD
Esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad, saca la bota, María, que me voy a emborrachar. Bueno, saca la bota, los quintos, el vodka y todo lo que tengas, hija, que me voy a coger una pava que ni te cuento, y ya me ingresaré en la Betty Ford en enero. Pero voy a pillarme una pava alegre, que me ha dicho mi jefe que me vaya dejando este postureo de depresión navideña, que ya está bien. Y no seré yo quien le lleve la contraria a mis superiores, no sea que a la vuelta de vacaciones me encuentre con que esta columna la está escribiendo el becario. Así que este año, aunque aborrezco la Navidad por encima de mis posibilidades, me he propuesto ver el lado bueno de las cosas.
Una de ellas es que no ceno en casa de la Pantoja: esta noche, el reino de “Cantora” será el escenario de las guerras isabelinas entre Isabel I e Isabel II, después de que Paquirrín I haya dicho que el pretendiente al trono, Alberto Isla, es un golfo. Además, si no voy a la finca también me ahorro escuchar al ínclito cantando “Así soy yo”, un título muy apropiado, Kiko, porque algo así eres tú, algo así como el fuego de mi hoguera, que te quemaba en ella porque no puedo resistir esa caída de ojos, esa presencia en el escenario, ese flow, ese word y ese perfect.
Tampoco tengo que preparar la cena, que nos invitan en casa de mi prima, fantástica cocinera, con lo que evito quitar las manchas amarillas de los manteles buenos, completar la cristalería con vasos de Nocilla y pedirle sillas a los vecinos. Y no tendré que darme el pisto cocinando unas uvas rellenas de pularda y foie al aroma de trufa blanca, que ahora con tanto “Top Chef” y “Master Chef”, pones un plato de michirones y te lo tiran a la cabeza.
Además les prometo que cantaré villancicos, que no hablaré de política, que apagaré el móvil para no ponerme negra con los mensajes de felicitación, que no utilizaré las nueces como arma arrojadiza y que no me hincharé a cenar como si no hubiera un mañana (porque lo hay, y se llama cocido con pelotas). ¿Ve, jefe? Estoy dispuesta a hacer lo que sea para que esta noche sea una noche buena de verdad. Total, es una al año. Ya me desquitaré en Nochevieja.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Tributo


PUBLICADO EL MARTES 17 DE DICIEMBRE DE 2013

Dice Elvira Lindo que la gente está mayor, que sales a la calle y parece el jardín de una residencia de ancianos. Y las fachadas, las paredes de la habitación de un adolescente de los ochenta, añado, porque están lleneticas de carteles de grupos y cantantes jurásicos: me encuentro un pasquín con el nombre de Eric Clapton a todo meter, otro de Héroes del Silencio y uno de Nirvana. ¿”Mano lenta” tocando al lado de mi casa? ¿Bunbury con sus antiguos compañeros? ¿Kurt Cobain resucitado? No, son grupos que hacen versiones de otros, que hay que leerlo todo hasta encontrar la palabra “tributo” en pequeñito.

Pues sí, la gente está mayor y quiere ir a un concierto donde se sepa las letras de las canciones, y cantar lo de “Entre dos tierras estáaaaaas…” a pleno pulmón, la épica maña en todo lo suyo. Yo no he sido nunca de Bunbury porque me da un poco de grima, con esas uñas negras y esa melena a la que le hace falta toda la línea Pantene para pelo grifao, pero qué sé yo de rockeros intensos. El caso es que te invitan a un concierto de un grupo estupendo y novísimo, lo last de lo last, y ves a las criaturas de veintipocos en trance coreando los temas, y tú con el automático puesto moviendo un poco la pierna, intentando pillar algo de estribillo y siguiendo un compás que no conoces, y se te queda la misma cara que a tu madre cuando le decías “Escucha esto, que es buenísimo” mientras ponías por enésima vez el “Meat is murder”. Por lo menos, como los Smiths cantaban en inglés me ahorré alguna bronca que otra, porque el día que escuchó “Todos los ahorcados mueren empalmados” pensó que su encantadora hija de trece años era una monstrua, pero no a lo Rosario Flores, sino a lo loca perdía, y empezó con la retahíla de “pa qué te llevo yo a un colegio de monjas” y lo de “esta cría necesita un psicólogo”. Normal: lo más fuerte que había oído mi madre en una canción era a Manolo Otero susurrar en modo calentorro.

Lo peor es que yo llevo el mismo camino, que ya estoy en ese punto en el que pongo cara de horror cuando mi hijo oye música. Lo siguiente es decirle que no le dejo jugar a la Wii porque lo digo yo y punto. Sí que estamos viejos, sí.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Aislamiento


PUBLICADO EL MARTES 10 DE DICIEMBRE DE 2013

Por motivos ajenos a mi voluntad, llevo dos meses más aislada que John Travolta en “El chico de la burbuja de plástico”, que casi luzco ya el mismo pelucón que el ínclito en el telefilme porque no he tenido tiempo ni de cortarme las puntas. “Pareces Jose Mari Bakero, hija”, me dice mi santo, en su línea calamara de honestidad brutal. Pues sí, mira, es lo que tiene que te aten a la pata de la mesa, que te crece el pelo a lo vasco y se te desparrama el glúteo por no levantar el culo de la silla, tanto que al final voy a acabar pagando dos asientos en Ryanair.

Pero a pesar de pasarme todo el día pegada al ordenador, no me entero de lo que ocurre fuera de las cuatro paredes de mi mazmorra, porque sólo pillo algún que otro titular al vuelo y ya no distingo entre los reales y los de El Mundo Today, que me tiré tres días convencida de que un asturiano había ascendido a la estratosfera para escanciar bien la sidra. Las redes, ni tocarlas: se me han acumulado más invitaciones en Facebook que a Urdangarín citaciones judiciales. Y por salud mental he tenido que silenciar los grupos de Whatsapp, que no hay nada más reconfortante que estar currando durante el puente y encontrarte el teléfono lleno de “¿A qué hora quedamos para comer?”, “Prontico, que así empezamos antes con las cañas”, “¡Eso, eso!”, todo ello aliñado con iconos de fiesta, cervezas y sonrisas, que las lágrimas ya las pongo yo cuando los leo. Qué poco solidarios, de verdad.

Así que aquí estoy, más apartada que el probe Miguel, que hace mucho tiempo que no sale, hartica de sandwiches de jamón york engullidos sobre el teclado del ordenador y soñando con un cocido con pelotas. Pero lo mío es un aislamiento temporal, que no es el síndrome de la Moncloa, Dios me libre. Y ahora que lo pienso, la única insolidaria soy yo, quejándome porque tengo mucho trabajo mientras que hay gente que va a pasar el puente debajo de un ídem porque sigue en el paro. Si es que no aprendo. Además, esta racha de curro tiene fecha de caducidad, que para Navidades regreso al mundo exterior. Esperen ¿para Navidades? ¿Con los villancicos, los turrones, las cenas y los cuñaos? Pues me vuelvo a la burbuja, que ya saldré para las rebajas.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Sensación térmica


Mi abuela veía el tiempo todos los días. “¡A callarse, que van a dar el parte!”. El meteorológico, se entiende, que el de guerra ya lo daba ella, Tenienta Coronela de Todos Los Ejércitos de la República Independiente de Mi Casa, menuda era. Y lo curioso es que mi abuela no salía a la calle, por lo que en teoría le daba igual que tronara o lloviera, pero estaba tan preocupada como si fuera la mismísima Ángela Channing y temiera que una granizada destrozara sus viñedos.

Calladicos, veíamos a un señor en la tele que, con un mapa de cartón y una tiza, te contaba lo del anticiclón de las Azores, las borrascas y la inestabilidad atmosférica en un momento. Ahora no, ahora la sección del tiempo es más larga que el telediario, y tiene más efectos especiales que una peli de George Lucas. Y total, da igual: si tienes ropa tendida, llueve, si te vas a ir de excursión al monte, sopla un viento que ni Pepe Pótamo lanzando su Hipo Grito Huracanado, y si has previsto comer al aire libre pasas más frío que Leonardo DiCaprio en el Titanic.

Pero en Cartagena nunca hace frío, qué va, que dice Wikipedia que aquí tenemos una temperatura media anual de 20 grados. Pues miren, para no hacer frío yo me quedo hecha un pajarico todas las mañanas esperando el autobús, con los dedos tan tiesos que le doy a las teclas del iPhone de cuatro en cuatro y me salen unos tuits que parece que están escritos en chiquitistaní. Si hasta Álex de la Iglesia comentó que no había pasado más frío en su vida que rodando en Cartagena, y De la Iglesia es de Bilbao, ahí va la hostia. Así que debe ser la sensación térmica, es decir, que no hace frío pero yo lo noto. Lo mismo me pasa con la situación económica: que ya no hay recesión, pero yo la siento. Y los 400.000 murcianos que viven por debajo del umbral de la pobreza, ni les cuento. Y se aproxima otro invierno más en el que nos tendremos que meter periódicos debajo del jersey para protegernos del frío. Así que, por mucho Roberto Brasero eche mano del refranero y nos diga que al mal tiempo, buena cara, lo cierto es que cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo. Seguiremos esperando a que el grajo remonte el vuelo.


miércoles, 27 de noviembre de 2013

Suerte

PUBLICADO EL MARTES 26 DE NOVIEMBRE DE 2013 EN LA VERDAD


No gana una pa disgustos, oiga: me bajo yo tan contenta en mi parada del autobús y me encuentro de sopetón con las luces de Navidad de El Corte Inglés. Tal cual. Con lo detallistas que son los tíos, que me mandan felicitaciones por mi cumpleaños, me avisan cuando está de rebajas Purificación García y me envían un mensaje si llega algún libro que he pedido, y no son capaces de ponerme un wassap para decirme que van a colocar las luces y que me vaya preparando psicológicamente, que yo es ver siete bombillas formando un reno y entrarme la depresión navideña. Pues nada. Como los de la lotería, que tampoco me han avisado y me han colocado el spot sin mandarme la planificación de medios. Y claro, ahora me encuentro cada dos por tres a Raphael con una dentadura tres tallas más grandes diciendo que aquí está la Navidad y que ponga mis sueños a jugar. 

Pues conmigo que no cuenten, que yo no compro lotería ni aunque me lo diga el mismísimo San Ildefonso. Voy por el mundo esquivando más números que Pérez-Reverte balas en Bosnia: el de la panadería, el de la asociación de vecinos, el del colegio del crío, el del trabajo, el del viaje de estudios de los sobrinos, el de la pandilla, el del gimnasio, el del taxista, “Señora, que es que vamos a sortear una cesta de Navidad”. De Navidad en Albania, porque lleva un jamón sacado de un decorado de Estudio 1, dos pastillas de turrón blando, una caja de dátiles y una lata de melocotones en almíbar, que estoy por hablar con el MURAM a ver si organizo una antológica con las latas que tengo guardadas desde 1985, todo en plan muy warholiano y muy modelni. 

Lo dicho, que no llevo ni una participación. En cambio conozco a uno que se hace una tabla en Excel para controlar los números que compra. Y, encima, me pasa los décimos por la chepa en cuanto me despisto. Eso sí, me gustaría que me tocara la lotería sólo para que, cuando un espitoso reportero bañado en champán me preguntara “¿Y qué va a hacer usted con tanto dinero?”, poder contestar lo de “Tapar agujeros”, una de las grandes frases que nunca he podido decir, junto con “Siga a ese taxi” y “Yo no engordo coma lo que coma”. ¿Ven? Si es que mi auténtica suerte sería que me cambiara el metabolismo.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

La mujer moderna


PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 19 DE NOVIEMBRE DE 2013

No hay litio en el mundo que me quite la bipolaridad que me producen las revistas femeninas, que es abrirlas y pasar del gozo al llanto en una página. También puede ser que cada vez me interese menos el rollo aspiracional que se traen, que no digo yo que no, pero es que acabo esquizoide perdida: leo un artículo sobre cómo aceptarse a una misma y, cuando ya estoy convencida de que tener celulitis no es una maldición bíblica, me cascan un reportaje sobre las últimas técnicas en liposucción; me demuestran a tres columnas que se puede ser feliz con una talla 44 para luego desmontarme el chiringuito con unos vestidos que no le cabrían ni a Barbie Malibú quitándose las costillas flotantes; en la página par me convencen de que hay que llevar con alegría el paso del tiempo y en la impar me colocan una foto de la Preysler con la cara más planchada que las camisas de Eduardo Inda. Sólo me falta combinar la lectura de Simone de Beauvoir con la de “Cásate y sé sumisa”, el nuevo bestseller del Arzobispado de Granada, para acabar más loca que Shakira con su tigre.

Pero lo que más me sulibeyan son los artículos tipo “Un día en la oficina”: están convencidos de que todas trabajamos como secretarias de un productor porno, que nos ponen una raja en la falda que me río yo de Estopa y del Seat Panda, y unos tacones que, si los tengo que llevar 12 horas al día, acabo con más dedos amputados que el que escaló el Everest sin calcetines. O “Los nuevos aliados contra el envejecimiento”: sumando lo que me cuesta el contorno de ojos, el sérum, la reafirmante, la antiarrugas y la antioxidante, me sale a 300 euros el centímetro cuadrado de jeta. Y encima tengo que pedir jornada laboral reducida para que me de tiempo a echarme las cremas por la mañana.

¿Funcionaría mejor una revista con artículos titulados “El outfit ideal para celebrar los cumpleaños en los parques de bolas”,  “¿Qué me pongo para ir a comprar a Mercadona?” o “Tus canas, libres y sueltas”? Pues claro que sí, porque esa es la mujer real, la de verdad, la auténtica, la… esperen un momento. ¿Han visto el abrigazo rojo de Dior que lleva Naty Abascal en esa portada?! Hala, ya estamos otra vez. ¿No les digo yo que me tienen loca? 



Abrigo (4.300 €) y falda (1.950 €), todo de Dior, en "S Moda"