miércoles, 4 de septiembre de 2013

Despertares


PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 3 DE SEPTIEMBRE

Se acabó el recreo: desde ayer el día vuelve a empezar a las 7 de la mañana. Suena en el iPhone el tono “Marimba” y a mí me da una macumba. Adiós a los despertares morosos y dulces, en los que abrías los ojos, los cerrabas otro ratico, volvías a abrirlos, leías con el fresco de la mañana o se te colaban los niños en la cama para inundarte de besos y cosquillas. Ahora todo es un prepararse para la guerra.

Intento consolarme pensando que la primera voz que oigo por la mañana es la de un periodista radiofónico que se ha levantado tres horas antes que yo, pero me sirve de poco, porque mi tendencia natural al vaguerío hace que me compare con Carmen Lomana: a ella la mucama le abre amorosamente las cortinas a media mañana, le lleva el desayuno a la cama y, desde allí, la ínclita planifica su día, que no me digan que no tiene que ser duro conseguir que no te coincidan el maquillador, la sesión de ácido hialurónico y dos desfiles de Cibeles al mismo tiempo. Y mi tendencia natural a que se me suba el pavo hace que me equipare a Juan Carlos Onetti, Mark Twain o Edith Wharton, que escribían en la cama tan ricamente y se levantaban cuando les salía del pijama.

Además, el iPhone ya no me sirve: sí, me despierto y me desorbito viva, tanto que se me ponen los ojos como a Özil, pero me doy la vuelta en la cama y sigo durmiendo, y suena de nuevo a los cinco minutos y otra vez me desorbito, y luego a los diez, y la agonía se prolonga hasta que ya no puedo estirar más el tiempo, y llego al curro con las marcas de las sábanas en la cara. Por eso he pensado en comprarme un despertador que empieza a sonar como un descosido hasta que lo paras pegándole un tiro: seguro que es el que tiene Chuck Norris en su mesilla de noche. Pero con la puntería que tengo, me quedo viuda el primer día. Nada. No sirve. A lo mejor la única forma de levantarse de la cama es teniendo una ilusión, una motivación, algo que te obligue a quitarte las legañas y vivir cada día como si fuera el último. Pues tampoco: si hoy va a ser el último, me quedo en la cama. Pa qué.

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