PUBLICADO EL MARTES 10 DE SEPTIEMBRE EN LA VERDAD
Ayer empezó el cole. Y con él los ojicos
legañosos, los date prisa que no llegamos, las carteras que pesan como una
condena, los bocadillos de chorizo del recreo, los deberes y las clases
extraescolares, muchas clases extraescolares, más, tantas que sincronizar las
agendas requiere más tino que organizar el G-20. Pero oigan, si todos los niños
van a aprender las cosas más peregrinas del mundo el mío no va ser menos, no
sea que me lo marginen por no tener nociones de chino mandarín con nueve años.
Por eso, este curso le propuse varias actividades a las que apuntarse: teatro,
ajedrez, esgrima y piano. Todo muy integrador y muy igualitario y muy divino y
muy de prepararle para el futuro, que desde que las monarquías se mezclan con
el pueblo una nunca sabe si estará educando a un futuro rey consorte. Pues no:
el tío se ha apuntado a fútbol. Y, encima, portero, para que lo convoquen hasta
los días de fiesta nacional.
Ya me veo yendo a los partidos todos los fines
de semana, algo que me gusta tanto como meterme astillas debajo de las uñas.
Pero menos aún me gusta ver cómo nos comportamos los padres cuando juegan
nuestros hijos: nos paseamos alrededor del campo gritándoles que suban por la
banda, que suelten la pelota, que la pasen, les recriminamos los errores, les
apretamos las tuercas para que jueguen como si fueran profesionales. Y, si no
los convocan, entonces le montamos el pollo al entrenador, que mi Jonathan es
un delantero que te cagas, míster, que no te enteras, que has puesto al David
porque eres amiguico de su padre, que ya sé yo de qué va esto. Al final se nos
olvida que no son más que un grupo de críos dándole patadas a un balón, que
cuando termina el partido y llegan sudando, con las mejillas encendidas y el
pelo revuelto, lo único que hay que hacer es darles muchos besos si han ganado
y más besos aún si han perdido. Y a otra cosa. Eso sí, por mucho empeño que yo
ponga en convertirme en una buena madre de futbolista, no se me va de la cabeza
que Paquirrín jugó en los alevines del Real Madrid. Y si el futuro que le
espera a mi chiquillo es ser DJ, salir con chonis del Interviú y tener 30 kilos
de sobrepeso, lo desapunto mañana mismo. Lo juro por San Íker.
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