miércoles, 26 de marzo de 2014

El poder del chándal


PUBLICADO EL MARTES 25 DE MARZO DE 2014

Soy hija, esposa y madre de futboleros. Podría ser hija, esposa y madre de millonarios y pasarme la vida de yate en yate, pero no, me la paso de partido en partido: desayuno con la Bundesliga y ceno con la Premier y, entre medias, un poquico de Real Madrid TV, no sea que Sergio Ramos se haya tatuado a la Dolorosa de Camas en la curcusilla y seamos los últimos en enterarnos. Y encima, como por retener lo único que retengo ya son líquidos, después de tantos años no he aprendido nada de nada: mi pobre santo ha intentado explicarme el fuera de juego hasta con esquemas, pero no hay manera. Es oír “fútbol” y convertirme en un compartimento estanco.

Por si fueran pocos los partidos en televisión, todos los fines de semana tengo que llevar a mi heredero a jugar. Y entonces es cuando se me caen los palos del sombrajo: si algunos padres se vuelven locos perdíos cuando juegan sus hijos, hay entrenadores que tampoco se quedan atrás. Decía Cruyff que el fútbol es un juego que se juega con el cerebro, sí, pero algunos tienen el cerebro de un mono loco: entrenadores disfrazados de raperos, con gafas de sol, barriga cervecera y gorra hacia atrás, presionando a los críos como si les fuera la vida en ello y con un vocabulario que haría palidecer al mismísimo Clint Eastwood en “El sargento de hierro”. Y, si pierden los suyos, no les quiero ni contar la que le montan a los chavales. Mucho llenarse la boca de fair play, de respeto, de espíritu de equipo y de deportividad, pero a algunos entrenadores habría que quitarles el carnet. Y, después, llamar a la Policía de la Moda, que llevar esos chándales a lo Paquirrín pinchando en un after tiene que ser constitutivo de delito. Si los pilla la jueza Alaya, los enchirona.

Otros, en cambio, son tipos estupendos que sacan tiempo para enseñar a un puñado de críos a disfrutar del deporte, a pasarlo bien, a tener un puntico de pundonor que les haga superarse a sí mismos, a perder con dignidad y a ganar sin regodearse. Son los más pero, como gritan menos, en el campo quedan eclipsados por el vocerío de los chabacanos. Será que hay algunos que se ponen un chándal y se convierten en poligoneros. Será el poder del chándal. 

jueves, 20 de marzo de 2014

Los Alcántara


PUBLICADO EL 17 DE MARZO DE 2014 EN LA VERDAD

Si usted se queja de que en las series españolas siempre hay un bar y una chacha, ha de saber que la culpa es de “la señora de Cuenca”, esa figura que inventaron los popes de la televisión española como encarnación del espectador español medio español y que sirve de referencia para los guionistas a la hora de escribir las series. Pues bien, yo estoy casada con una señora de Cuenca. Bueno, en realidad estoy casada con un señor de Cartagena, pero poseído por la de Cuenca: si cada vez que sale Joaquín Reyes me pregunta “Pero ¿a ti te hace gracia este tío?”, cuando ve a Lena Dunham en pelotas le entra alferecía. El caso es que, gracias al señor de Cartagena, servidora está enganchada a “Cuéntame” desde que Mercedes hablaba con acento andaluz. Y mucho que me alegro porque, además de Carcosa, Albuquerque y Madison Avenue, también existe Sagrillas.

Después de catorce temporadas, los Palo hemos pasado de todo con los Alcántara: los problemas de Inés, las vicisitudes de Pablo, la cárcel de Carlitos, la ludopatía de Antonio, la enfermedad de Merche, los sufrimientos de Herminia… Pero hasta aquí, amigos. Hasta aquí, que el señor de Cartagena se ha pillado un berrinche monumental porque Antonio le ha puesto los cuernos a Merche. Eso no se hace, Antonio, me cago en la leche. Ni Milano, ni Milana, ni Mila, ni Milu, Antonio, por mucho que la otra sea Ariadna Gil, que tiene mi santo un disgusto más grande que el de la abuela Herminia. Y si yo a Antonio Alcántara tenía ganas de pegarle una somanta palos desde antes de la Transición, ahora ya ni les cuento. Que no has dejado crecer a Merche, Antonio, y encima vas y le eres infiel. Te has portado peor que Amador Mohedano con Rosa Benito, Alcántara. Mucho peor. Pa tontolaba y mangarrián, tú.

Lo cierto es que el señor de Cartagena y yo, que estábamos a punto de abandonar la serie (¡Señor, qué hartura de Pollito y de trauma carcelario!), nos hemos vuelto a enganchar con este lío de cuernos, y ya no nos perdemos ni un capítulo, que ahora hay que apoyar a Mercedes más que nunca. De hecho, voy a quitarme la camiseta de “Mad Men” y a ponerme una de “Todas somos Merche”. Sí, yo también llevo una señora de Cuenca dentro. Y si no me ajuntan los modernos, que no me ajunten. 



miércoles, 12 de marzo de 2014

Más estrellas que en el cielo


PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 11 DE MARZO DE 2014

Entiendo de estrellas lo mismo que de pavos preñaos. De las únicas que sé algo es de las de bótox y hueso, que hay que ver cómo estaba el patio (de butacas) la noche de los Oscar: entre estiramientos, ácidos hialurónicos y trasplantes capilares, parecía la sala de espera de “La muerte os sienta tan bien”. Estrellas que se resisten a apagarse y que ven, con resignación, cómo nacen supernovas que dan el lupitazo, enanas marrones que se pegan el patakazo en la alfombra roja y astros que mezclan tantos tonos de tinte que consiguen un color que no está ni en la pantonera: Travolta no es que necesite a Rupert, es que necesita a Eduardo Manostijeras.  

Por eso, por no saber nada de las estrellas del cielo y demasiado sobre las de la tierra, nos fuimos a observar el firmamento. Aldebarán, Alfa Centauri, Sirio, la galaxia de Andrómeda, las Pléyades: el espacio está lleno de nombres sugerentes y evocadores. Y como soy tan ignoranta, si me dicen que aquel planeta de allí es Tatooine, que el de al lado se llama Alderaan y que en las noches despejadas puedo ver los Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser, también me lo creo. De hecho, estoy convencida de que algún tipo que me llevó a mirar las estrellas me la pegó inventándose la mitad. En cambio, si te llevan ahora sacan un móvil con una aplicación que te dice los nombres exactos de las constelaciones. Más científico, sí, pero menos romántico: los hombres que te enseñan las estrellas a través de las pantalla de un teléfono son los mismos que te mandan iconos de flores por WhatsApp en lugar de enviarte un ramo de tulipanes a casa. Así estamos.

Pero, a pesar de los mangurrianes, es hermoso descoyuntarte el cuello buscando la Osa Mayor, saber identificar la Estrella Polar, mirar la luna a través de un telescopio, observar las franjas de Júpiter y contemplar la nebulosa de Orión rodeada de aficionados a la astronomía que te hablan del cielo con más pasión que Mister Spock en un planetario. Y eso que no saben que en el firmamento patrio acaba de nacer una nueva estrella: Chabelita ha sido madre de un niño, un astro más que será atraído por ese gran agujero negro que es Isabel Pantoja. “Para agujero negro Falete, que se lo traga tó”. Pues también. 

Nota: Vimos las estrellas gracias a la Asociación Astronómica de Cartagena. Una experiencia estupenda puesta en marcha por un puñado de locos apasionados que se pasan la vida mirando al cielo. http://astronomiacartagena.blogspot.com.es




miércoles, 5 de marzo de 2014

Hola, Raffaella


PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 4 DE MARZO DE 2014

Corrillo en la puerta del colegio: “Nena, ¿has visto a la Carrá en la tele? ¡Cómo está la tía!” Pues sí, la he visto. Y sí, cómo está la tía: como un cañone de Navarone. Con 70 años. Ya ven, yo a esa edad voy a tener que bailar el “Tuca Tuca” con andador, y ella pegándose unos movimientos de melena capaces de provocar un tsunami. Por eso, por su tipazo, por su simpatía, por su energía atómica, porque la bautizaron con Red Bull, porque en su nombre lleva tres consonantes por partida doble, las mujeres amamos a Raffaella Carrá más que los hombres. Que los hombres heterosexuales, digo, aunque sacara a Lucas del armario. Porque Raffaella no es la gataperra que viene dispuesta a levantarte al maromo, sino la amiga que te alegra la noche y que convierte en fantástica, fantástica, esta fiesta.

La Carrá era una chica morena que empezó a echarse mechas, pero en vez de acabar rubia como una señora del PP, acabó rubia como una estrella del pop. Y hasta ahora. Ya lo dice Rosa Belmonte, que a Carrá le pasa lo mismo que a Ana Blanco: el secreto es el peinado, el día que se lo cambie envejecerá. Lo cierto es que la Carrá está igual que cuando actuó en el Polideportivo de Islas Menores, nuestro Florida Park local: Julio Iglesias, Raphael, Rocío Jurado y hasta Miguel Ríos cantuvieron por allí. Yo oí el “Rumore, rumore” desde el balcón de mi casa; en secreto, claro, porque a ver quién era la guapa que confesaba que le gustaba la Carrá, que por aquel entonces la Carrá no era guay del Paraguay sino ful de Estambul. En cambio, ahora la reivindican hasta los barbudos. Lo cierto es que la tía cobró más que nadie: si mil pesetas pagaba una pareja con derecho a una consumición, con ella se subió el precio a 2.000. Y encima cantó en playback. Lo que yo les diga, una estrella.

Raffaella sigue incombustible e incuestionable. Y se ha llevado hasta un cachico de Oscar: “A far l'amore comincia tu” abre el sarao interminable de “La gran belleza”, premiada como Mejor Película en Lengua No Inglesa, una película que es como la mismísima Raffaella: excesiva, exuberante, bella, desmedida. Raffaella es la fiesta eterna. Y yo voy a bailar hasta que se me descoyunte el cuello, aunque acabe con collarín.