miércoles, 13 de agosto de 2014

Teresa Rabal


Veo, veo

Yo ver, lo que se dice ver, ya veo poco: tengo que alejarme tanto las cartas de los restaurantes para poder leerlas que voy a acabar implantándome un gadgetobrazo. “Se llama presbicia”, me ilustra el médico. “Le sale a las personas mayores”, continua el cachondo, tan listo y tan joven: oftalmólogo con veintiséis años. Y servidora, con cuarenta y cuatro, todavía dando bandazos. Me van a descubrir como joven promesa del columnismo cuando vaya con andador.

En cambio a otras, como a Teresa Rabal, las descubren casi en pañales: la niña Teresa hizo su debut cinematográfico en “Viridiana” con nueve años. Es lo que tiene ser hija de dos actorazos como Paco Rabal y Asunción Balaguer y que tu padre llame a Buñuel “Tío Luis”, que Buñuel te pide que salgas en una peli, y sales. A mí una monja me pidió que saliera en una función del colegio y todavía se está arrepintiendo. Fue un error de casting más trágico que si eligen a Falete para interpretar un biopic de Nureyev.

Tras aquello, mi trayectoria como actriz se truncó, pero la de Teresa Rabal comenzó a despegar: esta barcelonesa de nacimiento y aguileña de convicción hizo carrera en el teatro (con quince años entró en la compañía de Carlos Larrañaga y María Luisa Merlo) y en el cine. La joven Teresa actuaba, salía, entraba y se enamoraba, que por aquel entonces se echó un novio que estudiaba Económicas. Pero el día en el que la actriz vio a Eduardo Rodrigo cantando en televisión, cayó rendida ante el argentino bohemio de mirada intensa y cambió los números por las letras. Eduardo Rodrigo era conocido por "A María yo Encontré", tema con el que había ganado el Festival de Benidorm en 1972, en aquellos tiempos melódicos en los que Benidorm consagraba a artistas como José Vélez o Dyango, mucho antes de que llegara un Jesulín prebelenístico con su camisa imposible de Versace, sus patillas cortadas a hachazos y su “Toa, toa, toa”, y se iniciara declive del festival.

Pero Eduardo no encontró a María, sino a Teresa, y juntos formaron una pareja de enamorados intensos y cantarines, ya que la Rabal se lanzó al mundo de la música con composiciones de Eduardo como “Soy Gigí” o “Yo te quiero, Pablo”. Y la compenetración musical entre ambos era tal que, si ella cantaba “Ustedes los hombres”, él le respondía con “Ustedes mujeres”. Una guerra de sexos vía cancionero, al que sólo le faltó un “Ustedes y viceversa”.



Unidos por la música y por los pelos (Eduardo conserva un tupé que ni El Puma hecho un pavo real, y Teresa, con su liso natural, es de las que amanecen peinadas, mientras que yo, recién levantada, parezco la Duquesa de Alba en un día de viento), decidieron casarse en 1977. El problema es que el cura de Águilas no estaba por la labor: no sólo Eduardo Rodrigo se había casado y divorciado en Argentina, es que, además, Paco Rabal era comunista perdío. Acabáramos: el párroco y el actor convertidos en la versión patria de Don Camilo y Peppone. Al fin, consiguieron que un cura amigo de la familia oficiara el matrimonio en una pequeña ermita de Cuesta de Gos. “Si me queréis, venirse”, dijo Paco Rabal, y hubo una monumental fiesta donde se invitó a todo el pueblo a migas con tropezones.

Casada y bendecida, Teresa continuó su carrera como intérprete, especialmente en televisión, donde intervino en espacios tan míticos como “Estudio 1”. Pero en 1980, la Rabal dio un giro a su carrera y la orientó hacia el público infantil. Y llegó el “Veo, veo”, tema intergeneracional donde los haya, que durante años lo hemos cantado mi hijo y yo para amenizar los viajes en coche, hasta que el chiquillo metió la cabeza en una Nintendo y me dijo que dejara de ver cosas por todos lados, que iba a acabar peor que el niño de “El sexto sentido”. Pero a pesar de que ahora a mi primogénito le gusten más los contoneos lúbricos de Beyoncé que los meneos de melena de Teresa, lo cierto es que dos generaciones de niños se han puesto de pie y se han vuelto a sentar, han jugado de oca a oca y han volado en una pompa de jabón gracias a la Rabal. Y, todo ello, mucho antes de que llegaran los Cantajuegos y nos martirizaran con “Soy una taza, una tetera, una cuchara, un tenedor”, que no sé si es una canción o una lista de menaje de El Corte Inglés.

Teresa triunfó por sus canciones y porque parecía aún más niña que los propios niños: saltarina, pizpireta, dibujada en colores pastel y con un lazo en el pelo, se los metió en el bolsillo. Su pasión por los más pequeños la llevó a producir los "Premios Veo Veo" durante quince años, a crear una fundación de ayuda a la infancia y a recorrer España con un circo propio. Aunque, para circo, el que se ha montado con el alcalde de Águilas a causa del legado de Paco Rabal, que aquí te dejan una herencia y se lía: miren el pollo que hay entre Amador, Rociíto y el museo de Rocío Jurado. Afortunadamente, mi hijo no va a tener problema alguno, que mis bienes caben en la maleta de la Srta. Pepis y mis premios en una estantería de la casita de Pin y Pon.

Pero si Rocío Jurado tiene un museo en cada bar de Chipiona, Paco Rabal lo tiene dentro de todos y cada uno de los amantes del cine: "España y el mundo entero lloran la muerte de Paco Rabal. Ni el pudiente ni el obrero te han querido olvidar", se oyó durante su entierro. Y no lo olvidamos. Por eso, esperamos ver pronto una cosita que empieza con la efe. ¿Qué seraf, qué seraf, qué seraf? ¡Final! Pues sí, que llegue pronto el final del conflicto y que todo se pueda solucionar. Y que Teresa siga cantando, que aún hay niños que no saben por qué letras empiezan las cosas. 

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