Si alguien afirma “No me gusta Kubrick” en una mesa donde el
más tonto es capaz de recitar del tirón la filmografía de Lars Von Trier en
danés, se monta un tangana mayor que si sueltas en un “Sálvame De Luxe” que no
conoces a Paqui La Coles. Es un acto valiente, suicida o inconsciente. Es algo
tan punki como escupirle un Ferrero Rocher a la cara a Isabel Preysler, como
decirle a Carlos Boyero que Almodóvar es el mejor director del mundo, como tirarte
un pedo metrallético, tremebúndico y terremótico en la cena de Porcelanosa.
Pero a veces hay que desabrocharse el botón de los vaqueros
y desparramarse: tras tanto años de postureo, un poco de desmelene no viene
mal. Asumir que odias el cine asiático, que te pone Terelu o que bailas por Kamela
en la soledad de tu casa es el primer paso para reconciliarse con uno mismo; admitir
los placeres culpables es la mejor forma para que dejen de serlos. Pero si
entre ser sincero con uno mismo y machacarse hay un paso, entre decir la verdad
a los demás y utilizarla como un Kalashnikov, hay medio. La poesía es un arma
cargada de futuro, pero la verdad es un arma cargada de dinamita que los
sádicos utilizan a placer, disfrazando de honestidad brutal la crueldad
intolerable. En un equilibrio tan frágil como en el que nos movemos, las
pequeñas mentiras sin importancia nos permiten aguantar días de tedio, de
angustia, de nervios, de dolor o de tristeza. Nos permiten aguantar la vida. Que
se lo digan a Sterling Hayden en Johnny
Guitar. O que me lo digan a mí cuando me comentan que salgo bien en
las fotos.
Eso sí, hay gente que tiene arte hasta para tirar
con bala: Rossini fue invitado a cenar a casa de una señora muy distinguida,
pero conocida por servir minúsculas raciones a sus invitados, tan
minúsculas que se quedaban con hambre. Al llegar la hora de la despedida,
la dueña de la casa le expresó al compositor su deseo de volver a cenar
con él lo más pronto posible, a lo que Rossini, respondió: "Por mi, señora, ahora mismo, si no le importa". Claro que, después
de escribir con veintitrés años y en menos de quince días “El Barbero de
Sevilla”, te lo puedes permitir todo. Hasta decir la verdad.
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