miércoles, 8 de abril de 2015

Kenia


PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 7 DE ABRIL DE 2015

Leo en el muro de M.: “Me ha costado encontrar información de la brutalidad del ataque terrorista a Kenia en las redes sociales… no debo seguir a la gente adecuada y mi TL es una frivolidad de mierda total”. Tu TL y el mío, amiga: 147 muertos y nosotros preguntándonos si, finalmente, el Migue le habrá comprado a la hija de Belén Esteban la maleta para poder irse de viaje de estudios. Dramas del primer mundo.

Dice Javier Cercas en su último libro que “la realidad mata, la ficción nos salva”. Cierto, nos salvan la ficción, y el humor, y la superficialidad. Constituyen una burbuja que nos aísla del dolor, del propio y del ajeno: si de verdad supiéramos lo que ocurre en otros lugares, nuestras buenas conciencias europeas no serían capaces de soportarlo. Porque la realidad mata, y lo hace a tiros. Pero, a veces, hasta a las más inconscientes se nos revuelven las entrañas cuando vemos muertos de primera, muertos de segunda y muertos de tercera regional: todos hemos sido Charlie Hebdo; ninguno somos un estudiante asesinado. Y no lo somos porque los conflictos que se desarrollan más allá de nuestro ombligo se han convertido en un ruido de fondo y, ante ellos, la angustia sólo nos dura un destello; el tiempo de ver una pieza en el telediario, de hacer click con el ratón o de escribir una columna. Y seguirá siendo así hasta que Hollywood lleve al cine la matanza de Garissa, y Lupita Nyong’o interprete a la chica que permaneció oculta durante 48 horas en un armario, embadurnada de la sangre de una de sus compañeras asesinadas para hacer creer a los terroristas que estaba muerta: entonces lloraremos un poco más. Sobre hora y media, aproximadamente.
Titula Owen Jones una columna en “The Guardian” acerca de las matanzas del Congo con un rotundo “Seamos honestos: ignoramos las atrocidades del Congo porque está en África” y, entre otras cosas, afirma que nos olvidamos de las guerras complejas en países sin peso estratégico porque no nos afectan directamente. Bien, seré honesta. Honesta e imbécil: la única guerra compleja que me afecta directamente es mi lucha contra la celulitis, que mis muslos sí que tienen peso estratégico. Por eso, acabo la columna y me meto en internet a ver si encuentro unos pantalones cortos con los que no parezca una butifarra. Y mi buena conciencia europea se queda tranquila porque he sido una estudiante asesinada durante 400 palabras.

2 comentarios:

Hong Kong Blues dijo...

Nuestra aculturización religiosa, caciquil, feudal e incluso de consumismo posmoderno (elíjase la quiera) nos ha adoctrinado muy bien: no pensar, no protestar, no AFRONTAR.
No queda, supuestamente, el humor. Pero no es verdad. Porque el humor crítico de cierto grado tampoco se nos permite.
Un beso enorme

Rosa Palo dijo...

Usted lo ha dicho todo. Y muy bien. Como siempre.