lunes, 11 de mayo de 2015

MI VEGANO FAVORITO


PUBLICADO EN LA VERDAD EL 5 DE MAYO DE 2015

Cuando a una le gustan tanto las multitudes como ver la procesión del Miércoles Santo con Falete sentado en sus rodillas, tiene muchas posibilidades de que la vida (cruel, cínica, sorprendente) la ponga en la peor de las tesituras posibles. Y meterse en un recinto con 30.000 modernos enfebrecidos, enfervorizados y encerveceados, lo es. Pero, por amor, se puede creer que un cielo en un infierno cabe.

Me enamoré de Morrissey como una colegiala (mejor dicho, siendo una colegiala) un día a volver de clase: “This charming man” salía desde lo más profundo de un bar por el que pasaba todas las tardes. Me paré en la puerta, me abrí de orejas y los calcetines del uniforme se me cayeron al suelo. Y así empezó la historia de amor más larga que he tenido en la vida. Seguía siendo la rara, la pava, la asocial, pero nunca más volví a sentirme sola: había encontrado a un tipo de una ciudad de provincias que contaba lo mismo que le pasaba a una tipa de otra ciudad de provincias, separados los dos por un montón de kilómetros, un mar y un idioma. Y al tipo, que sonaba a veces triste y angustiado, otras pícaro y divertido, siempre ambiguo, lo acompañaba una guitarra turbadora.

Yo crecí, el grupo se disolvió y el tipo siguió cantando. Y el engreído, excéntrico, bocazas y gordo Morrissey (¿cómo puede un vegano radical estar hecho una vacaburra?) me siguió salvando de mí misma. Por eso amo sus canciones atormentadas y extrañamente liberadoras con tanta intensidad como odio sus tonterías. Por eso perdono sus aires de diva decadente como las pantojistas perdonan a Isabel sus delitos. Porque Morrissey es un gilipollas, pero es mi gilipollas.

Dispuesta a inmolarme por la causa, acudí al concierto con más prejuicios que López Vázquez a un guateque yeyé: en el bolso, una navaja afilada para rasurar a las hordas de modernos y, en la boca, una lengua más afilada aún para criticar a las que llevan unos shorts tan cortos que se tienen que hacer la brasileña para ponérselos, a las que que se disfrazan de heroínas de Éric Rohmer sin saber quién es Éric Rohmer, y a las descatalogadas por Stradivarius. Pero vi a Morrissey cantar mientras sudaba bajo un atuendo de marinero de “Star Trek”, y volví a tener 13 años. Y no saqué la navaja. Y sobreviví al SOS. Y fui feliz. Tanto, que creo que me está saliendo barba.




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