lunes, 13 de julio de 2015

María José Besora


Reina por un día

PUBLICADO EN LA VERDAD EL DOMINGO 12 DE JULIO DE 2015

Durante toda mi infancia y buena parte de mi juventud, una de mis mejores amigas fue una compañera del cole de larga melena rubia y cutis perfecto. Compartimos discos, amores, desengaños, vino de pasas y caladas de cigarrillos; ella con sus piernas kilométricas, sus pómulos sobresalientes y su melena Timotei; yo con mis jamones paticortos, mi cara de pan del campo y mis ondas indomables. Cuando llegábamos a un bar, a la rubia le bastaba desplegar una sonrisa para que todos los parroquianos pasaran de beber a babear, mientras que servidora tenía que hablar de fútbol, trincar vodka a palo seco y hacer un doble mortal con tirabuzón para poder captar la atención de los tíos (y ni así). Éramos como Uma Thurman y Janeane Garofalo en “La verdad sobre perros y gatos”, solo que mi rubia, además, era lista. Acabó su carrera, encontró trabajo, se casó y tuvo dos hijos (altísimos, claro). Y fue feliz. Yo también lo soy, pero les aseguro que es más fácil serlo midiendo 1’80 y usando una 38. La felicidad va por tallas, no por barrios.

Y si la felicidad se mide en centímetros, María José Besora tiene que ser la reina del mambo. Porque Pipi, como la llamaban en casa, creció alta y delgada hasta alcanzar el 1’81 mientras estudiaba estética y trabajaba como modelo, azafata y camarera. En 1997, Besora se presentó a Miss Murcia y ganó, lo que la llevó a Miss España como representante de esta nuestra comunidad. Era 1998, y Mónica Naranjo llevaba el pelo bicolor, a Andrés Pajares todavía se le entendía al hablar y la región se presentaba al mundo con las galas de “Murcia, ¡qué hermosa eres!”, ideadas impunemente por Ruiz Vivo. Es lo que tienen los fines de milenio, que son apocalípticos. Y es lo que tiene Murcia, que pasamos de la exaltación de los gurullos con conejo y caracoles a la transvanguardia de la posmodernidad en un quítame allá ese consejero.

En ese escenario temporal, María José hizo la maleta con bañadores y trajes de noche, cogió la brujita que sus amigos le habían regalado como amuleto y se largó a Roquetas de Mar para participar en Miss España. Y se encontró con el mundo “miss”, un mundo cursi, hortera y cruel de marcos incomparables, vestidos inenarrables, jurados que hacen preguntas sin fuste y participantas que siempre hablan de la paz en el mundo. Pero Besora ganó, y en Miss España se lió: las sospechas de tongo, que ya habían comenzado el año anterior al vencer Inés Sáinz (una vasca que no convenció a nadie porque tenía más pinta de aizkolari que de modelo), ensombrecieron su reinado desde el primer momento. En contra de la murciana se esgrimió que se había operado la nariz (hecho considerado delito de lesa majestad por las normas de organización de Miss España) y que, además, había salido de la cantera de María Elena Dávalos, algo peor que ser discípula de Charles Manson. La polémica que se montó fue alimentada por misses regionales y programas varios, alcanzando su culmen en un especial presentado por Santi Acosta en el que un reportaje de El Mundo TV revelaba cómo una periodista había conseguido ser Miss Alicante tras acordar con Dávalos la compra del título. Y aquello ya fue el acabose. Ya ven: yo no hubiera ganado Miss Lo Poyo ni sobornando al jurado.



Besora aguantó como pudo la corona y la polémica. Concursó en Miss Universo, pero no se clasificó entre las finalistas (normal, iba vestida con trajes de Carlos Arturo Zapata, el colombiano que perpetró el vestido de novia de Rocío Jurado). Tras acabar su reinado, la murciana mantuvo un perfil bajo, quedando fuera de los radares de los paparazzi y sin darnos material que llevarnos a la tecla: a pesar de que fue Miss Perla Cultivada, no soltó ninguna ídem al estilo Mazagatos, ni se enrolló con ningún empresario decrépito, ni estuvo envuelta en líos de gataperrismo, ni presentó ningún programa de José Luis Moreno. Llevó esa vida ciclotímica de ex miss que oscila entre ser madrina de un centro comercial, posar en fotocoles, desfilar en Cibeles o hacer teatro con Fernando Esteso.

Intentó hacerse hueco en televisión participando en “La isla de los famosos” de Antena 3, con un “Dream Team” que hace que los tertulianos de “Sálvame” parezcan el Círculo de Viena: Daniela Cardone, Máximo Valverde, Nani Gaitán, Paola Santoni y otros sospechosos habituales de principios de siglo participaron en el concurso. Pero con la mala suerte que tiene la cadena para los realities (baste recordar “Confianza ciega” o “Estudio de actores”, presentados por Juan Ramón Lucas, gafe de reconocido prestigio), Besora tampoco encontró allí su oportunidad.

Años después, la modelo reapareció en Dubai con un novio piloto y, embarazada de tres meses, posó en Interviú en las fotos más castas que se recuerden desde el “quiero y no puedo porque mi madre no me deja” que hizo Terelu Campos. Tuvo a su pequeña Laila Juana y fue feliz (otra vez). Pero a Besora le tira mucho su tierra: en lugar de hacer suyo lo de “Antes muerta que volver a la huerta”, sigue viniendo por aquí a comerse un caldero, a ver a su Virgen de la Fuensanta o a dar cursos en la escuela de imagen que dirige.

La última vez que la vi estaba invitada en la “Sálvame Fashion Week”, en un desfile donde Mila se mosqueó con Karmele porque le quitó sus zapatos y a Terelu le dio un parraque; en fin, lo de siempre. Ahora, la ex miss tiene una cuenta en Twitter donde se declara fan de Manuel Carrasco y escribe frases tan pastelosas que convierten a Paulo Coelho en Bukowski. A Besora, un poco sosa, le ha faltado ambición, o picardía, o suerte para terminar de triunfar, pero teniendo ese tipazo es difícil no ser feliz. Y, encima, fue reina por un año. Yo no lo he sido ni por un día.

1 comentario:

Hong Kong Blues dijo...

Tiene usted una virtud portentosa: provocar el deleite en quien la lee, da igual sobre lo que escriba. Jamás un Ocaso de las Mises me gustó tanto. Qué grande es (no digo alta, que ya ha avisado usted que no lo es).