lunes, 27 de julio de 2015

RUTH LORENZO


La murciana de Utah

PUBLICADO EN LA VERDAD EL DOMINGO 26 DE JULIO DE 2015

Imagínese que es usted una muchacha de Las Torres de Cotillas, pizpireta y cantarina, que un buen día sale por televisión y deja a 18 millones de ingleses con la boca abierta. Imagínese, además, que recibe mensajes de Johnny Depp y cartas de Gordon Brown, que Prince se mosquea porque canta “Purple rain” mejor que él o que Judi Dench se declara rendida admiradora suya. De película, ¿no? Pero de película de Almodóvar. Porque, con estos mimbres, el manchego podría filmar el enésimo remake de “Ha nacido una estrella”, empezando por el nacimiento de la protagonista: una mujer embarazada y abandonada por su marido, con un negocio y cuatro hijos que mantener, decide irse a Francia a abortar cuando, de repente, dos misioneros mormones la abordan en el tren y le dicen que Dios la necesita, que no está sola. La madre se baja del tren y resuelve tener a su hija. Bien, ahora pónganle a una de las postulantes el rostro de Chus Lampreave, cambien “testiga de Jehová” por “mormona” (“Yo soy mormona y mi religión me impide mentir. Ya me gustaría a mí mentir, pero eso es lo malo de las mormonas, que no podemos. Si no, aquí iba a estar yo”), y ya tienen la primera escena.

Y así comienza la historia de Ruth Lorenzo, como una peli de Almodóvar. O de Cecil B. DeMille, que decía que las películas debían empezar por un terremoto, y a partir de ahí, subir en intensidad. E intensidad no le falta a la vida de la cantante: tras un nacimiento profético, y no sólo por la intervención divina (pegó tal grito al nacer que el ginecólogo le advirtió a su madre que aquella niña le saldría cantante), a los nueve años Ruth se mudó a Utah con su familia, y allí vivió hasta los 16, protagonizando distintos musicales. Volvió a Murcia y comenzó a trabajar como cantante y relaciones públicas de Polaris World. Pero Ruth quería triunfar en la música, y siguió intentándolo: tras ser rechazada en un casting de “Operación Triunfo”, a los 25 años entra en “The X Factor” y deja patidifuso al mismísimo Simon Cowell, un tipo con tan mala leche que, a su lado, Risto parece Sor Citroën. Y los ingleses, esta vez sí, se rindieron ante la armada española. Lorenzo no ganó el concurso, ni falta que le hizo: fama instantánea, giras mastodónticas por Reino Unido y actuaciones junto a grandísimas estrellas. El fenómeno Lorenzo había empezado.

Tras una sonada ruptura con su casa de discos, Ruth se lo monta por su cuenta y vuelve a su país dispuesta a representar a España en Eurovisión, algo que, como dice Rosa Belmonte, es como ofrecerse en sacrificio. Tampoco ganó (fue la edición de Conchita Wurst, por lo que a no ser que Lorenzo se hubiera dejado barba y hubiera confesado que se llamaba Ginés, no tenía ni una posibilidad) pero, a cambio, los eurofans se rindieron a sus pies.



Con tan sólo 33 años, Ruth Lorenzo ha vivido muchas vidas en una, por eso su historia es difícilmente resumible y asumible. Y por eso, cuando se la contó a Pepa Bueno en “Viajando con Chester”, la periodista se quedó perpleja: como si no fuera ya bastante exótico hablar inglés y ser mormona habiendo nacido en Murcia, Lorenzo reconoció que padece anorexia y bulimia, que a los nueve años sufrió un episodio traumático, que renunció a un contrato de un millón de libras porque no quería ser un juguete roto y que pasó de ir con guardaespaldas por Londres a robar huevos para sobrevivir. Y todo así, a saco, del tirón y sin respirar: demasié hasta para Pepa Bueno, que tiene las orejas más que curtidas. “Me tienes despistada, te lo confieso”, le dijo la periodista. Y ese despiste se debe a que a Ruth Lorenzo le puede el personaje. Se ha construido a sí misma a base de lugares comunes, cogiendo de aquí y de allá las características que se le presuponen a una estrella: el coraje, la ambición, el esfuerzo, la capacidad infinita para seguir luchando, para caer y levantarse, para renunciar a una vida propia en pos del triunfo y de la gloria; todo ello aliñado con que me debo a mi público, y me alimentan los aplausos, y no tengo tiempo para el amor. En fin, que Lorenzo aparece excesivamente producida, más que una película de James Cameron, porque todas las cualidades que le hacen triunfar encima de un escenario (la afectación, la desmesura y el histrionismo) le alejan de la gente en las distancias cortas. A Ruth le sobra voz y le falta naturalidad.

Nuestra murciana es un tópico con pelazo, un vozarrón sin canciones: las mujeres con voces enormes siempre comienzan imitando a las grandes (y hasta superándolas) pero, cuando llega la hora de ser ellas mismas, se pierden en la búsqueda. No encuentran ni su tono, ni sus temas: prueban con la balada pastueña, con el rock de plástico o con el ritmo discotequero gay friendly. Tampoco encuentran su estilo: Soraya se quita tetas, se opera la nariz, se corta el pelo, se pone extensiones y se hace tantas transformaciones que, si la llevan a “Cámbiame”, a Pelayo le da un parraque ; Chenoa lleva unos líos capilares que ni Iñaki Anasagasti un día de viento, y Ruth lo mismo aparece con una camiseta de los Miami Heat que con un rollo pin up que con un look rockero que con unas mallas de la Sirenita. A Lorenzo le encanta “La Sirenita” porque es la única princesa de Disney que no busca el amor, sino la libertad. A mí, en cambio, las princesas Disney que más me gustan son las de Mónaco. Esas sí que son libres.  

Decía La Agrado en “Todo sobre mi madre” que una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma. Si alguna vez Ruth Lorenzo acaba siendo lo que ha soñado de sí misma, será una estrella mundial. Seguro que lo consigue.

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