jueves, 27 de agosto de 2015

PEPÍN LIRIA


El torero valiente

No sé si Pepín Liria, tan amante del cine que hasta tiene una sala de proyección en su casa, es fan de Ricky Gervais. Si lo era, ahora ya no lo es: Gervais, con sus declaraciones contra los toros, la ha liado más parda que cuando presentó los Globos de Oro y soltó que Travolta y Cruise eran manfloritas. Gervais desencadenado. Otra vez. A Liria, con casi 30 cornadas en el cuerpo, no le habrá hecho ninguna gracia lo del inglés, ni tampoco le gustarán los malos tiempos que corren para la lírica del toreo. Porque, aunque esté retirado, Liria sigue llevando al toro en la sangre.  

La afición se la metió en el cuerpo su abuelo Máximo, que se lo llevaba a los toros desde que era un crío. Pepín jugaba a dar pases y muletazos, y se puso con trece años delante de una becerra, anunciándose en aquella ocasión, precisamente, como “Maximín”. Más tarde entraría en la Escuela Taurina de Murcia, de la que le echaron por preguntar por qué toreaba un compañero en vez de él. Hoy, en una suerte de rocambolesca venganza que deja pálida a la de Uma Thurman en “Kill Bill”, es director de la escuela.

Pepín, para poder pagarse los trastos de torear, empieza a buscarse la vida trabajando de camarero. La primera vez que se viste de luces lo hace con un traje blanco y oro de tercera mano, tan desgastado que parecía color crema. Fue en septiembre de 1988, en la parte seria de un espectáculo del Bombero Torero, y dos años más tarde debuta con picadores en Cehegín, cortando tres orejas y un rabo.

En 1993 toma la alternativa en Murcia, con Ortega Cano como padrino y Finito de Córdoba como testigo. Al año siguiente confirma la alternativa en Madrid, y será también allí cuando, en 1994, saldrá lanzado en San Isidro tras un triunfo con un toro de Dolores Aguirre. Liria empieza a ser reconocido como un torero de casta, valiente, de ley.



Entre triunfo y triunfo, en 1995 se casa con María José Pardo, de la que luego se divorciaría, en una boda finísima, que dicen las tías abuelas: ceremonia en la Catedral de Murcia, bogavantes, solomillo, champán francés e invitados postineros: Hierro, Chendo, (el torero es merengón), Espartaco, Finito, Enrique Ponce... una boda bastante más tranquila que la de Manzanares, en la que cuentan que Liria le recriminó a Fran Rivera su amistad con la esposa de Espartaco cuando el matrimonio se estaba divorciando. “Eso entre toreros no se hace”, le soltó Liria, amiguísimo del de Espartinas. Y a Rivera le supo a cuerno quemao.

Liria cuaja grandes temporadas en el 96 y el 97, consiguiendo triunfos en Sevilla, Madrid, Pamplona, donde lo adoran (“Pepín, Pepín”, coreaban en la plaza) y en Murcia, su tierra, donde ha sido profeta, apóstol y Dios Padre. Pero en 2003 parece que todo se acaba: Liria pasa una mala racha hasta que, en 2005, una tarde gloriosa en Sevilla con un toro de nombre “Espada” le da un balón de oxígeno para continuar unos cuantos años más en la profesión. Y sigue toreando hasta el 12 de octubre de 2008, fecha en la que se encierra en Murcia con seis toros (siete en realidad, ya que regaló el sobrero) y se despide de los ruedos. Felipe de Paco, “Calañés”, colaborador de La Verdad y biógrafo del maestro, le lleva las cuentas: Liria ha cortado 1.189 orejas y 104 rabos, ha salido a hombros 378 veces y ha participado en 755 corridas de toros. Y cada triunfo se lo ganó uno por uno, empujando la espada con el corazón. Y cada corrida se la ganó una por una, porque a Liria nunca le dejaron que se relajara, nunca le dijeron “tienes 25 corridas en el mes de marzo hechas”. Como decía Manolo Molés, Liria firmaba las corridas en las plazas, no en los despachos.

El torero, tras quince años en los primeros puestos del escalafón, se retira en plenitud de facultades, tranquilo y satisfecho. “Seguro de que Pepín Liria sobrevivirá a José Liria”, dijo cuando anunció su marcha. Aún le acompañaba el cuerpo, pero no quería que sufrieran más ni su madre ni sus hijas: seguía llevando en la retina la tarde de Madrid en la que Esplá quedó inerte, boca abajo sobre la arena, tras una cornada gravísima. Pepín Liria, el torero valiente, no dormía por las noches: le desvelaba pensar que, cuando salía de la habitación del hotel vestido de torero, no sabía si iba a volver.

Pero, tras retirarse, José Liria pudo dormir al fin, y ahora disfruta de la vida en un retiro dorado más propio de futbolista que de torero: cumpleaños en Ibiza con Bustamante y Paula Echevarría, “caddie” de Miguel Ángel Jiménez en Augusta (Liria tiene un hándicap cuatro), roneos con una ex miss y tonteos con alguna que otra rubia. Buenos pelucos, buenos ternos, buenos coches: el hombre que toreó por primera vez con un traje de tercera mano, acabaría siendo vestido por Caprile y hasta por el gran Pedro Cano, que le pintó granadas, flores y limones en el traje goyesco con el que toreó para celebrar los 125 años de La Condomina. Y el hombre que alquilaba una furgoneta para desplazarse a torear, hoy se pasea en coches de lujo. Pero si a Liria todo se lo ha dado el toro, él se lo ha dado todo a su tierra (generoso y solidario, ha participado en infinidad de festivales benéficos) y su tierra todo a él: no le falta ni un monumento, ni una medalla, ni un reconocimiento.

De cuando en cuando, Liria da unos pases y se mete en una taleguilla para ver cómo se mantiene, posiblemente en un traje color canela, su favorito, el que le daba suerte. O en uno grana, el color de los toreros valientes. No le ha hecho falta irse a “Supervivientes” para adelgazar como a Rafi Camino, ni se ha tenido que vestir de lince ibérico como Morante, aunque también se sienta en peligro de extinción. Como mi cintura, que está a punto de extinguirse si no termina ya este verano. No soy tan valiente ni tan torera como para ponerme a dieta en agosto. 

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