miércoles, 30 de septiembre de 2015

DIEZ BLANQUITOS


PUBLICADO EL MARTES 29 DE SEPTIEMBRE EN LA VERDAD
Tengo miedo al avión. También tengo miedo al barco, y como ya sé lo que debo hacer pa cruzar el charco, ni me planteo salir fuera del espacio Schengen. Y, mi santo, menos todavía. Pero no porque le de canguele volar, sino porque le tiene aprensión a la policía norteamericana: que si seguro que pita al pasar bajo el arco del JFK, que si a él no le mete un negro de dos metros en un cuarto sin ventanas y que si no me acuerdo de lo de Antonio Canales. Pues de los ríos de Europa me habré olvidado, pero de lo de Canales no: diecisiete horas encerrado en un sótano del aeropuerto. “Fue la humillación más grande de mi vida”, declaró. Cierto es que eso lo dijo antes de que lo fotografiaran practicando sexo oral en una playa. Y así todo.
Finalmente, y como vivimos donde Cristo perdió el porro, que diría Melendi, tuvimos que coger un avión para ir al norte de España, o de lo que queda de ella, y otro para volver. Al menos, en teoría: no pudimos regresar el día previsto por causas ajenas a nuestra voluntad (y, según la compañía aérea, también ajenas a la suya, válgame el Señor), y pasamos la noche en tierra junto a un grupo de desconocidos. Cenamos en una mesa redonda, pero ni yo soy Dorothy Parker ni aquello era el círculo del hotel Algonquin: dos abuelas de Bilbao que se metieron un entrecot más grande que el Guggenheim entre pecho (caído) y espalda, unos recién casados de Murcia con la misma cara de aburrimiento que un viejo matrimonio y un grupo de empresarios valencianos de camisa reventona y anabolizantes locos, de los que no prueban la ensalada de pasta porque ellos sólo toman proteína por la noche. En total, diez blanquitos. Diez desconocidos cenando juntos, como en una novela de Agatha Christie. Diez extraños, cada uno de su padre, de su madre, de su tierra y de su lengua, charlando civilizadamente y compartiendo cansancio, mesa y mantel. De fondo, se oían los resultados de las elecciones catalanas, ese guirigay que no ha sido posible reconducir porque las partes no han sido capaces de sentarse a hablar con la misma educación que diez desconocidos. Será por eso por lo que los ciudadanos siguen estando por encima de sus políticos. Menos de Iceta, claro. El tío baila mejor que yo. 


La ilustración de la Algonquin Road Table es cortesía de @covanechi

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