miércoles, 9 de septiembre de 2015

PANTALONES CORTOS


PUBLICADO EL MARTES 8 DE SEPTIEMBRE DE 2015 EN LA VERDAD

Acabo de dejar al heredero en el colegio. Lleva encima un sueño que ni les cuento, libros que huelen a nuevo y un pantalón del Primark. Sí, del Primark, que soy una madre desnaturalizada: si fuera por las revistas, servidora se tenía que haber gastado tres sueldos en un pantaloncito corto de Dolce & Gabbana, medio en unas zapatillas de Boss y la extra de verano en un jersey de Burberry; así iría con el conjunto ideal para restregarse por el patio del colegio y mancharse con rotulador del que no salta. Si las cabezas están malas, las de las editoras de moda están para lobotomizarlas.

Mi abuela, que había sido modista de joven, me hacía vestidos aprovechando cualquier retal. Ahora Suri Cruise, la hija de Tom Cruise y Katie Holmes, tiene un armario valorado en tres millones de euros, la retoña de Kim Kardashian llena de babas y mocos una cazadora de Balmain de 1.300 pavos, y la pequeña de Beyoncé se tira helados de chocolate sobre minivestidos de Dior. Y, encima, no les dura ni una puesta, que todos los niños del mundo, hasta los de los famosos, tienen la malísima costumbre de crecer sin pedir permiso: de una temporada a otra las camisetas les quedan por encima del ombligo, los pantalones les están más ajustados que los que llevaba Ramoncín cuando era el Rey del Pollo Frito y los tenis no les caben ni envolviéndoles el pie como a las geishas.

Pero todavía puedo llorar por un ojo, porque tengo un niño y no una niña: en cuanto las crías crecen un poco, encontrar ropa adecuada para su edad es un imposible. Es tal la afición de las marcas por vestirlas como a camareras de un bar de Benidorm, que hasta les ponen relleno en la parte de arriba de los bikinis. Hipersexualización infantil, se llama. Y aquí no hay lucha de clases alguna, que lo hacen tanto las firmas carísimas como las baratas. Decía Rousseau que la infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir, y que no hay nada más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras. Convertir a las niñas en tronistas de once años es una insensatez. Con esos modelos que les proponemos, que luego no nos extrañe si, antes de cumplir los veinte, salen contando que Paquirrín se tira pedos cuando hace la caidita de Roma. Así estamos.  

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