jueves, 21 de julio de 2016

POR LOS PELOS

PUBLICADO EN LA VERDAD EL 20 DE JULIO DE 2016

Lo dijo Hillary Clinton en una conferencia ante estudiantes de derecho: «Lo más importante que tengo que deciros hoy es que el pelo importa, algo que ni mi familia ni Yale me enseñaron. Prestad atención a vuestro peinado, porque el resto del mundo lo hará». Eso sí es una lección de vida y no aquella tontuna de “conectar los puntos” que soltó Steve Jobs en Stanford. François Hollande debió de sentirse impelido por las palabras de Clinton porque, obediente, le hizo caso y se dispuso a pagarle a su peluquero casi 10.000 euros al mes por atusarle el cabello cada mañana y antes de cada comparecencia pública. Total, pa ná: el resultado es el mismo que si le lamiera la cabeza una vaca loca, que de donde no hay no se puede sacar. Los complejos físicos de este hombre de estado producirían hasta ternura si su inseguridad capilar no costara más al erario público que su propio sueldo.

Hillary sabía de lo que hablaba: pasada aquella época loca en la que se dejó una melena a lo María Ostiz, la demócrata desembolsa 600 euros por corte y 600 por hacerse el color. Catalina de Cambridge va a la misma peluquería a la que iba su suegra Diana de Gales, y paga 1.000 euros por un tratamiento que dura seis horas. Debe de ser una prueba que le hacen pasar a las futuras reinas consorte, porque hay que tener tanta paciencia para aguantar seis horas en la peluquería como para resistir un desfile militar, la apertura del Parlamento o una cena de Porcelanosa.

La suerte que tienen tanto Hollande como Clinton es que ellos se conforman con un peluquero: Donald Trump necesita un taxidermista que le acondicione la rata muerta que lleva en la cabeza, y Anasagasti un aparejador técnico que le monte esa complejísima estructura capilar en forma de ensaimada que luce desde hace años. Hasta Boris Johnson, aparentemente despeinado, requiere de un profesional que le tiña, aunque salga hasta su mismísimo padre a desmentirlo defendiendo el color natural del cabello de su retoño. Más les valdría que los peluqueros les peinaran las ideas en lugar de la cabeza. Mejor nos iría.


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