PUBLICADO EL 22 DE NOVIEMBRE DE 2016 EN LA VERDAD
Tengo un resacón en Cartagena que me río yo de Las Vegas: estamos
a martes y todavía me dura. Ojalá fuera yo una niña bien, de las que salen y se
toman una cervecita, una coca-colita o un agüita (las niñas bien siempre toman
cosas en diminutivo y en singular), pero no, servidora es más rollo estibadora
de puerto, de beber como si fueran a cerrar las destilerías el lunes, de “No
iba a salir y me lie”, frase gloriosa que voy a colocar como epitafio en mi tumba y que titula una
cosa escrita por Chimo Bayo, rey del bakalao a la valenciana y perpetrador de "Exta sí,
exta no, exta me gusta me la como yo". Y así todo.
La culpa de mi despendole la tienen los colegas: el día que
conseguimos cuadrar agendas y niños, salimos como los toros en los sanfermines.
Nos echamos al talego unos cuantos copazos (en aumentativo y en plural), y cantamos,
y bailamos, y nos abrazamos, y nos besamos, y nos lloramos, que ya tenemos la
lágrima más floja que la próstata. Será porque, como decía Moravia, la amistad es más difícil y
más rara que el amor, y por eso hay que salvarla como sea; será porque emociona comprobar que seguimos juntos después de tanto
tiempo, que nos hemos visto engordar, envejecer, tener hijos, caernos,
levantarnos; que hemos pasado de teñirnos el pelo de colorines a taparnos las
canas, de contarnos los problemas con los novios a hablar sobre la menopausia,
de compartir las dudas acerca de la elección de la carrera a poner a parir a
los jefes. Lo curioso es que, de unas conversaciones a otras, en mi cabeza han
pasado tres días, pero en el calendario gregoriano han transcurrido treinta años,
un desfase espacio-temporal que ni el de “Interstellar”. Y es que seguir siendo
amigos durante tres décadas es algo tan misterioso como el hecho insólito de
que haya una Preysler gorda: Tamara Falcó se ha puesto hecha un tordo, la pobre,
que tanto rezo le ha ensanchado el alma y las caderas. Pero desde aquí te lo
digo, Tamara: estamos vivitos y coleando. Con nuestras peplas, sí, pero
seguimos en la brecha. Qué más se pude pedir. ¿Estar delgada? Vale. Pues recémosle
juntas a Nuestra Señora de la Santísima Dieta de la Proteína, que me han dicho
que es muy milagrera. Y nos tomamos un agüita, Tamara. Para no liarnos.
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