PUBLICADO EN LA VERDAD EL 11 DE NOVIEMBRE DE 2016
Decía Cecil B. DeMille que las películas debían
empezar con un terremoto, y de ahí hacia arriba. Como truco para conseguir la
más pura emoción cinematográfica es una recomendación irreprochable; como sistema
de vida es para tirarse por un barranco. A las pruebas me remito: el viernes pasado
comencé el día con un seísmo en forma de email y lo continué con una serie de
catastróficas desdichas que culminaron con la muerte de mi ordenador. Y en ese momento
viví un “black friday” literal y una angina de pecho virtual. Eso sí, el señor
DeMille estaría encantado.
Cuando ocurre algo que no te esperas, que no
sospechas, se te caen los palos del sombrajo y se te descuajeringa la vida, y
eso incluye desde las pequeñas desgracias cotidianas hasta las enormes debacles
imprevistas, como la salida del Reino Unido de la Unión Europea (algo que pilló
tan a contrapié a los medios de comunicación españoles que muchos de los
periodistas tuvieron que salir volando hacia Londres cuando conocieron el
resultado del referéndum) o la presidencia de Donald Trump. Y, si no, que se lo
digan a “Newsweek”: el triunfo de Trump fue tan inesperado que la revista ya
había sacado a la calle 125.000 ejemplares con la victoria de Hillary Clinton
en portada. Trump sí que es una catástrofe natural. Como su pelo. Y va a hacer
que Rajoy nos parezca un estadista.
Justo en una época que necesitamos más cintura que un boxeador, estamos constreñidos como nunca. Tenemos tan poco margen de maniobra ante lo inesperado que la sensación de controlar nuestra propia vida no es más que eso: una sensación. Cualquier día el mundo se te viene encima porque se te rompe el ordenador, porque un patán se convierte en el líder del mundo occidental o porque tu marido te deja después de treinta años de convivencia. “Lo que me ha pasado ese una putada”, ha declarado Ágatha Ruíz de la Prada en “Vanitatis” después de que Pedro J. Ramírez le anunciara que se había enamorado de otra. Pedro J. desagatizado, liberado de las corbatas de corazoncitos rosa fucsia, de los calzoncillos de nubes y de los calcetines de rayas multicolor; loco por una mujer más joven que le regalará ejecutivos negros y Abanderados blancos en su próximo cumpleaños. Y aquí estamos, esperando la próxima putada. O el próximo terremoto. Cuando quiera, señor DeMille, estoy lista para rodar.
Justo en una época que necesitamos más cintura que un boxeador, estamos constreñidos como nunca. Tenemos tan poco margen de maniobra ante lo inesperado que la sensación de controlar nuestra propia vida no es más que eso: una sensación. Cualquier día el mundo se te viene encima porque se te rompe el ordenador, porque un patán se convierte en el líder del mundo occidental o porque tu marido te deja después de treinta años de convivencia. “Lo que me ha pasado ese una putada”, ha declarado Ágatha Ruíz de la Prada en “Vanitatis” después de que Pedro J. Ramírez le anunciara que se había enamorado de otra. Pedro J. desagatizado, liberado de las corbatas de corazoncitos rosa fucsia, de los calzoncillos de nubes y de los calcetines de rayas multicolor; loco por una mujer más joven que le regalará ejecutivos negros y Abanderados blancos en su próximo cumpleaños. Y aquí estamos, esperando la próxima putada. O el próximo terremoto. Cuando quiera, señor DeMille, estoy lista para rodar.
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