PUBLICADO EL MARTES 27 DE JUNIO DE 2017 EN LA VERDAD
Mis amigos me
mandan fotos con sus hijos. Están de boda, de vacaciones o de viaje; de fondo, la
puerta de una iglesia, una playa casi vacía o el King's College de Cambridge. Los
chicos delante, los padres detrás. Los tienen cogidos por los hombros, sujetándolos
y mostrándolos a la cámara. En los ojos de los padres hay un punto de orgullo,
de mira lo grande que está mi cachorro, y lo alto, y lo guapo; en las manos que
los agarran hay un intento de retenerlos para que no se escapen, para que no se
vayan de su lado, para que dejen de crecer y no se hagan mayores. Mientras, los
críos posan con el mohín de hartazgo permanente, el flequillo tapándoles los
ojos y la cara de papá, qué coñazo, otra foto, vale ya, tío. Pero en cuanto
terminan de hacerse la foto familiar les piden a sus padres que les hagan una a
ellos solos, que la tienen que subir a Instagram para que los colegas les digan
wapoooooo, q beiesura, t kiero un pico, y cómo lo petas, bro, y cómo me molan
tus pantalones, pavo.
Cuando me
hago fotos con mi hijo ya no lo puedo sujetar por los hombros, sino que es él el
que me echa el brazo por encima. Está tan alto como yo, aunque no lo parece
porque va siempre con la cabeza gacha, mirando el móvil. Anda con el móvil,
caga con el móvil, se prepara los cereales con el móvil, ve la tele con el
móvil. Lo que pasa fuera de su pantalla de cinco pulgadas no existe, o le
interesa entre poco y nada. Tampoco le interesan los besos (al menos, los míos),
que lo tengo que pillar desprevenido para plantarle uno en el escaso espacio
que queda entre el flequillo y los auriculares. En cambio, por la noche, me
llama desde la cama para que le haga cosquillas, y me encuentro acariciando una
espalda que empieza a parecerse más a la de un estibador que a la de un
chiquillo. Si nosotros vivimos en una constante contradicción (felices porque los
vemos crecer, aterrados porque han crecido), ellos también: se sienten
demasiado pequeños para ser adultos y demasiado mayores para ser niños. Se
creen en tierra de nadie. Pero la tierra es suya. Y el futuro. Lo que pasa es
que aún no lo saben. Cuando levanten la vista del móvil, lo descubrirán.
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