miércoles, 5 de julio de 2017

FOTO DE FAMILIA

PUBLICADO EL MARTES 27 DE JUNIO DE 2017 EN LA VERDAD

Mis amigos me mandan fotos con sus hijos. Están de boda, de vacaciones o de viaje; de fondo, la puerta de una iglesia, una playa casi vacía o el King's College de Cambridge. Los chicos delante, los padres detrás. Los tienen cogidos por los hombros, sujetándolos y mostrándolos a la cámara. En los ojos de los padres hay un punto de orgullo, de mira lo grande que está mi cachorro, y lo alto, y lo guapo; en las manos que los agarran hay un intento de retenerlos para que no se escapen, para que no se vayan de su lado, para que dejen de crecer y no se hagan mayores. Mientras, los críos posan con el mohín de hartazgo permanente, el flequillo tapándoles los ojos y la cara de papá, qué coñazo, otra foto, vale ya, tío. Pero en cuanto terminan de hacerse la foto familiar les piden a sus padres que les hagan una a ellos solos, que la tienen que subir a Instagram para que los colegas les digan wapoooooo, q beiesura, t kiero un pico, y cómo lo petas, bro, y cómo me molan tus pantalones, pavo.

Cuando me hago fotos con mi hijo ya no lo puedo sujetar por los hombros, sino que es él el que me echa el brazo por encima. Está tan alto como yo, aunque no lo parece porque va siempre con la cabeza gacha, mirando el móvil. Anda con el móvil, caga con el móvil, se prepara los cereales con el móvil, ve la tele con el móvil. Lo que pasa fuera de su pantalla de cinco pulgadas no existe, o le interesa entre poco y nada. Tampoco le interesan los besos (al menos, los míos), que lo tengo que pillar desprevenido para plantarle uno en el escaso espacio que queda entre el flequillo y los auriculares. En cambio, por la noche, me llama desde la cama para que le haga cosquillas, y me encuentro acariciando una espalda que empieza a parecerse más a la de un estibador que a la de un chiquillo. Si nosotros vivimos en una constante contradicción (felices porque los vemos crecer, aterrados porque han crecido), ellos también: se sienten demasiado pequeños para ser adultos y demasiado mayores para ser niños. Se creen en tierra de nadie. Pero la tierra es suya. Y el futuro. Lo que pasa es que aún no lo saben. Cuando levanten la vista del móvil, lo descubrirán.



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