miércoles, 4 de abril de 2018

LA HUIDA

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 3 DE ABRIL DE 2018

Ahora que han terminado las procesiones que van por fuera, las que toman las calles y paralizan las ciudades, las que confunden religión y folklore, me pregunto si es el momento adecuado para que salgan las procesiones que van por dentro. Esas en las que ustedes y yo peregrinamos de lunes a domingo, esos vía crucis personales e intransferibles que impiden que nuestros días sean tan felices como debieran, esas cargas que nos pesan tanto en nuestra cotidianidad que, presos de una ingenuidad perpetua, las metemos en una maleta y nos las llevamos de viaje con la esperanza de que la maleta se pierda en algún aeropuertoPero no: al regresar y deshacer el equipaje, vemos que la crucecita que lleva a cuestas María de la O sigue allí, metidita entre la ropa sucia, un libro y dos imanes para la nevera.

Decía Unamuno que "Se viaja no para buscar el destino, sino para huir de donde se parte". Según esta máxima, los españoles somos los que más huimos de nuestro país, que no ha habido un bar, un hotel o un aeropuerto donde servidora no oyera hablar castellano durante estos días. Normal: no podemos escapar de nosotros mismos, pero sí del procés, de Puigdemont, del master de Cifuentes, de los mellizos de Pablo Iglesias e Irene Montero, de los presupuestos o de "Supervivientes". Cualquier cosa en tal de ver otras caras, otros paisajes, otra arquitectura; cualquier cosa en tal de olvidarte de las llamadas urgentes que no lo son, de los correos que te inundan, de tener que cambiarles las fundas a los sofás, de las reuniones de mañana y de pasado, de los fantasmas y de los demonios; cualquier cosa en tal de crear un paréntesis, aunque luego nos demos cuenta de que, en realidad, era un punto y seguido. Pero también les digo una cosa: descubrir que los dublineses son unos tíos cachondos (aunque sea más difícil entenderles que a Paz Padilla comiendo polvorones), comprobar que los daneses tienen pinta de ser capaces de analizar la obra de Dreyer y de frungir como vikingos al mismo tiempo, o darte cuenta de que para los suecos un día fantástico consiste en estar a un grado bajo cero soportando un viento hipohuracanado, no tiene precio. Bueno, sí que lo tiene, que el viajecico me ha salido por un congo. Pero a cambio, ahora, parece que todo pesa un poco menos. 



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